Nunca, en los treinta y dos libros anteriores, había experimentado tanto miedo. Pero ¿a qué? No lo sé muy bien.Miento. Claro que lo intuyo. Es terror a franquear una puerta que cerré un 18 de setiembre de 1989. En aquella fecha -«siendo las veintiuna horas»- daba por concluido Caballo de Troya 4. Y hoy, siendo las once horas del miércoles, 1 de noviembre de 1995, esa puerta ha sido empujada de nuevo. Y el miedo, como digo, me tiene acobardado. Un miedo justificado, supongo. Miedo porque,en estos largos seis años, los ojos interiores se han abierto providencial y definitivamente. Miedo porque, al fin, he captado el magnífico y esperanzador mensaje del Protagonista de esta obra. Miedo, en suma, a no saber transmitir la genial verdad de Jesús de Nazaret: existe un Dios-Padre que ama, dirige y sostiene. Miedo a enfrentarme a una historia que es mucho más que una historia.
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